Kawabata es un escritor que hace visible lo que a falta de palabras podría desaparecer. Sus cuentos capturan los momentos simples y sensibles que nos llevan a conocer los pensamientos y objetos interiores de los que se valen los personajes para contar buenas historias, no sobra decir, llenas de originalidad y misterio.
Cada cuento esta bellamente titulado, lo cual hace de Kawabata un “artista del título” en cada una de sus obras, ya sean antologías de cuentos o novelas: “Mil Grullas”, “Lo bello y lo triste”, “Historias de la palma de la mano”, “En aquel país. En este país”, “Lo que su esposo no hacia” y en fin…
Después de leer este libro, dan ganas de salir a pasearse con el aire fresco de las palabras: “La flor de un crisantemo quedo flotando como una ilusión. La nieve comenzó a caer sobre la roca. La roca y el crisantemo se tiñeron de la misma blancura. Se hizo imposible percibir la flor. Después el gris ceniza del crepúsculo lo envolvió todo: la nieve, la roca, el crisantemo”
–El crisantemo en la roca- (Pág. 108)
Los cuentos aquí reunidos bajo selección del mismo autor, demuestran que la creatividad es un asunto de ojos atentos y oídos inteligentes. Las historias de este libro parecen salir de cualquier parte y de ninguna: del titular de un periódico, del silencio de una letra, de la memoria sobre la eternidad de una roca, del paso del tiempo que modifica los ángulos en los rostros o simplemente de la caída de las hojas en espacio sugerente de una hilera de Ginkgo: “(…) las hojas amarillas temblaban como mariposas que se hubieran posado en las ramas” (Pág. 67).
Si la belleza existe, hay que contarla, pues ya traídos a este mundo y sobre “(…) este valle de lagrimas, nada que se haga después de la muerte puede ser bello”. (Pág. 105).