Volver a hundir el Titanic
Para citar este artículo:
Slater, Glen (Marzo de 2016). Volver a hundir el Titanic. Web universo arke. revista-aion, Número 0, Abril de 2016. Recuperado de: https://www.universoarke.com/revista-aion/numero-0-abril-de-2016/volver-hundir-el-titanic. Diciembre 21, 2024 - 09:12-
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Traducido por Roberto Andrés Urrea & Susana Maestre Botero
Revisado por Diana Arias Henao.
Agradecemos Glen Slater por permitir la traducción del texto
El hombre occidental no tiene necesidad de más superioridad sobre la naturaleza, sea externa o interna. Tiene ambas en casi una perfección diabólica. Lo que le hace falta es un reconocimiento consciente de su inferioridad respecto a la naturaleza que está a su alrededor y dentro de él. Él tiene que aprender que no puede hacer exactamente lo que desea. Si no aprende esto, su propia naturaleza lo destruirá.
– C. G. Jung, CW § 535
En el fondo del mar, en algún lugar entre el viejo mundo y el nuevo, un gigante duerme. Es un último, mortal sueño, aunque no uno tranquilo; la desaparición fue demasiado repentina, el impacto muy grande, las consecuencias demasiadas para asimilar. Contrastando la imagen de su masa inmóvil, el sueño permanece sin descanso. El Titanic, aun por encontrar su lugar en el inframundo, existe entre mundos, esperando por algún gesto, remembranza o ritual. Las aguas turbulentas de una clara y calmada noche en el comienzo de este siglo todavía agitan la imaginación y esperan por una atención con alma. Entre los hechos y la ficción, la historia y el mito, esto alguna vez celebró la duración del titanismo. Nuestra respuesta a su llanto ha sido ferviente, pero no muy profundo. Hemos buscado su cuerpo roto, ponderado las circunstancias de su desaparición, vuelto a contar su historia y la de aquellos quienes se anclaron a su destino. Más recientemente hemos planeado su oscura ubicación, fotografiado a través de un profundo velo azul, y removido sus pertenencias irreverentemente. Aun así, el Titanic duerme inquietamente, y nosotros somos parte de su sueño sin descanso.
El desastre del Titanic el 15 de Abril, en 1912, es singular entre las catástrofes modernas por permanecer en la psique colectiva. Como el barco a vapor más grande de su tiempo, más largo, alto y pesado que cualquier otro a flote, una maravilla tecnológica sin precedente, el Titanic transportaba las visiones de una era industrial moderna. Como un ícono de desastre tecnológico, comprobando dolorosamente el vuelo de este interés moderno, nos volvemos a su relato por una perspectiva histórica. Y como mensajero para una cultura que continua ignorando las advertencias de la naturaleza, aún vivimos dentro del velorio del Titanic. Ochenta y cinco años después del evento, libros, documentales, largometrajes, e incluso un musical de Broadway atestiguan este sueño sin terminar.
Cuando la tecnología llegó, la fascinación con el desastre se convirtió en un dragado literal. La exploración y los planes de museo hicieron camino para la caza de tesoros y expediciones salvajes con patrocinios corporativos. Recientemente tales hazañas proveyeron un espectáculo para los cruceros que rondaban como tiburones esperando la llegada de cada sección destripada. (Broad, 1996). Pero como las hazañas superficiales incrementan y la fascinación se convierte en excitación, la insondable conmoción del desastre es sólo recalcada. Aunque el barco mismo se ha sumergido en lo profundo, no hemos hecho aún el acompañamiento descendente. Los submarinos lo hicieron, pero nuestras reflexiones sobre la tragedia no. No hemos recordado con alma el cuerpo roto del Titanic. La autopsia no ha evolucionado a un rito funerario. El sueño no ha sido trabajado.
Nuestro apego cultural al desastre se asemeja a una obsesión con una herida abierta, y tiene todas las características de un complejo cultural no reconocido. Estamos obligados a llegar al fondo de la realidad literal, sumergiéndonos en hechos y teorías; queremos ver, tocar, aclarar, controlar. Pero, en su centro, no podemos perder la intensidad de la devastación inicial. Atrapados en un hechizo, perseguidos por imágenes, somos incapaces de asimilar el impacto del evento.
Con cada visita poco parece cambiar. La historia es la misma, la conocemos al revés, y aun así continua manteniendo algo. El llamado no disminuye. El evento penetra lo vital de nosotros, pero lo que es vital escapa consistentemente. Así que seguimos buscando aquello que hemos pasado por alto todo el tiempo –la memoria que no ha surgido, la pieza faltante de evidencia, las cosas que pudieron haber sido diferentes. La combinación de este apego obsesivo compulsivo y el fracaso de honrar al Titanic en su muerte sugiere que dentro de nuestro sueño hay también algo de inquietud. Aquí el espectáculo esconde al espectro. Tomado en el nivel equivocado, nuestro recuerdo superficial poco descansa.
La tarea que este sueño y esta inquietud presentan es la de encontrar oídos para escuchar y ojos para ver; necesitamos un modo adecuado de percepción. Este es el bálsamo de psique. Cuando una experiencia traumática sacude el alma, sólo las formas y lenguajes del alma serán suficientes para digerir la perturbación; cuando estamos atrapados en un sueño, tenemos que seguir los caminos del sueño; cuando estamos poseídos, tenemos que volver al inframundo. El análisis tecnológico, el recuento de los hechos y fotografiar la evidencia no lo van a hacer. Un rescate psicológico debe ser acometido. Esta tentativa de rescate explorará nuestra obsesión con el más significativo desastre marítimo de la historia a través de formas míticas, localizando fragmentos sumergidos siguiendo las corrientes de la poiesis, reconfigurando el relato desde una perspectiva del alma. Tal intento se anclará en aquellos puntos donde el Titanic corresponde a las crisis y patologías modernas. Haciendo esta inmersión en las profundidades, atendiendo a este nivel de complejidad, se podría, creo yo, mitigar la compulsión de arrastrar fragmentos concretos de restos a la superficie. Viendo al barco yacer, localizando su relato dentro del de la era moderna, sus complejos inconscientes y sus raíces arquetipales, se forjaría un entendimiento de que el Titanic tiene un lugar de descanso. Somos nosotros quienes aún no hemos completado este viaje.
El agarre de un Titán
El barco y su historia sugieren un mitema, poderoso pero en gran parte no reconocido, que opera en la cultura. Recientemente, cuando una sección de once toneladas del casco del Titanic se acercaba a la superficie, se desató y regresó al fondo del océano (Broad, 1996, 6). Aquí psique ejerce su propia intencionalidad: oponiéndose a la gran hazaña del siglo veinte de arrastrar todo hasta la brillante luz, este evento expide el decreto de que algunas cosas pertenecen a la profunda oscuridad. Como mínimo esto sugiere una invitación a la profundización y la reflexión –la necesidad de hacer una pausa antes de la acción. Pero incluso la poiesis de este momento y su invitación para la introspección son evadidas: tanto el análisis mecánico de lo que salió mal como la declaración contrapuesta de que “los restos están embrujados” pierden de vista el barco. Tanto la actitud científico-tecnológica como las seducciones de la nueva era sobre la maldición y el karma impiden el rescate psicológico (aunque la fantasía de una maldición puede ser tomada con seguridad como un signo de arrogancia sacrílega). Tanto la explicación racional como la especulación metafísica permanecen inconscientemente atadas al mitema– atrapadas en la llave de cabeza de una presencia arquetipal no nombrada.
Un lugar importante de la recuperación de un conocimiento nos mira fijamente a la cara. El carácter arquetipal del trágico evento se encuentra ya en el nombre del barco. Como arquitectos de la hybris[1] –orgullo y sacrilegio absoluto– los Titanes, una raza de gigantes, lucharon con y fueron derrotados por los dioses Olímpicos y luego confinados al inframundo. El significado de la raíz de “hubris” sugiere un “descontrolarse” sobre otros principios cósmicos. El término “Titanic[2]” se refiere originalmente al talante de la guerra entre los Titanes y los Olímpicos. Los Olímpicos, representan, por supuesto, las fuerzas dominantes del cosmos, y personifican los órganos propios de la vida psicológica. Siempre listo para desplazar esta organicidad, los Titanes patrocinan el gigantismo de la psique– inflación, grandiosidad, apuro desenfrenado. El mito sugiere que la identificación con la tendencia titánica resulta en un vertiginoso alarde de autoridad seguido de cierto descenso. El Olimpo no tolerará el titanismo; los Titanes pertenecen al inframundo. Es irónico que el barco hermano del Titanic fue nombrado ‘El Olímpico’, y, a pesar de una construcción casi idéntica, superó incesantemente el destino de su hermano sin deshonra. Cuando estos barcos fueron nombrados, alguien falló en tomar su mitología con seriedad; el lugar del Titán es en el Tártaro, una oscura prisión bajo el mar, tan lejos por debajo de la superficie de la tierra como lo está el cielo por encima. ¿Estaba en un nombre? Ciertamente.
Estas reflexiones sobre el nombramiento se alinean con los eventos y la atmósfera que rodean al barco gigante. La arrogancia no solo vivió en el título sino también en la llegada del barco al mundo y las actitudes que acompañaron su viaje inaugural. Es bien conocido que el Titanic fue declarado como “inhundible” por sectores de la prensa antes de zarpar, una declaración que retornó desesperadamente por ‘White Star Line’ en Nueva York una vez que los reportes de su penuria fueron conocidos. La declaración se debía a un diseño especial que dividía las partes del barco en varios compartimientos herméticos. Aun así, cuando el momento fatídico llegó, esta innovación no fue obstáculo para las perfectamente posicionadas garras de Poseidón, ansioso por corregir el desprecio de una era irreverente. El iceberg rompió el casco y pronto el mar invasor fluyó sobre la parte superior de los mamparos. Una mirada de soslayo desde las prominencias del fondo y todo estaba terminado.
Varios hechos son sorprendentes en su fidelidad a la mitopoiesis de la tragedia: el cuarto de radio del Titanic recibió varias veces advertencias del iceberg provenientes de otros barcos. La mayoría fueron ignoradas o no fueron comunicadas al puente de mando. En el puente de mando las advertencias no fueron tenidas en cuenta. Nunca se observó la precaución debida. Fiel a su nombre, el Titanic iba a máxima velocidad, movido por el intento no oficial de romper el record del cruce del atlántico. Cuando se puso en camino en su viaje inaugural, su capacidad de frenado y habilidad de girar nunca habían sido probados por completo durante ensayos de prueba en el mar. El barco era pesado y sus dinámicas de desplazamiento eran difíciles de manejar. Al dejar el puerto, evitó por poco una colisión cuando un barco más pequeño era succionado hacia su camino. El Titanic cargaba botes salvavidas para apenas un tercio de los pasajeros; había una tendencia a pensar en el barco mismo como un salvavidas. Para cerrar esta congruencia arquetipal un descubrimiento reciente sugiere que el casco del Titanic fue construido con acero extremadamente frágil y altamente sulfuroso (Gannong, 1995). Esta materia metalúrgica provee una metáfora apropiada de la rígida mentalidad del ejercicio completo. Dejad que los alquimistas reflexionen sobre los atributos alterados del exceso de sulfuro!
El destino conspiró alrededor de esta combinación de irresponsabilidad, tentación virginal, arrogancia y auténtica consistencia poética. El mar fue visitado por una extraña e inquietante calma esa noche, por lo que el puesto de observación no contó con el espumoso encuentro entre el mar y el iceberg para que le advirtiera. No había luz de la luna que compensara la oscuridad de la noche. Y de no haber tratado el barco de maniobrar en el último momento, el iceberg no habría perforado tantos compartimentos; lo más probable es que no se hubiera hundido.
Cuando la popa se levantó lo suficiente en la noche, las entrañas del barco se desgarraron y rugieron hacia la proa. Su contracara se quebró cuando se asentó. Como si el Titanismo hubiera conocido siempre su destino, el barco fue abrazado por el mar con apenas una pequeña ola. Unos pocos sobrevivientes simplemente se bajaron de su cubierta mientras ella se dirigía hacia abajo. Cuando los gritos cesaron, los botes salvavidas fueron empujados hacia un silencio mortífero.
La consistencia de estos temas esta cristalizada en el obituario de 1996 de una pasajera del Titanic, la Srta. Eva Hart. El obituario apunta que siete de los ochos pasajeros que aun siguen con vida eran muy jóvenes para recordar el evento. La sobreviviente restante, “se acerca a su cumpleaños 100, no recuerda más” (Thomas, 1996, 15). Por lo tanto, la Srta. Hart fue el “último vínculo de memoria viviente” al desastre. El artículo reconoce que ningún otro naufragio “demandó una fascinación escalofriante tal en la imaginación popular,” y que esto fue “principalmente debido a un bien publicitado ejercicio en arrogancia.” Sin embargo, son las palabras y acciones narradas por la madre de la Srta. Hart las que son más sorprendentes. La declaración de que el barco era inhundible
…causó en la madre de la Srta. Hart tal temor que incluso mientras ellas subían la rampa de embarque, recuerda su hija luego, ella renovó su advertencia de que llamar a un barco inhundible era “volar en el rostro de Dios”. Ella estaba tan convencida de la muerte inminente, sostuvo luego su hija, que dormía durante el día y mantenía despierta en la noche en su camarote completamente vestida. (Thomas, 15)
Eva Hart y su madre sobrevivieron. El padre de Eva se hundió con el barco.
Esta “última memoria viviente” pide ser integrada a nuestro entendimiento de la catástrofe. La madre de Eva Hart percibió un sobrepasar de los límites cósmicos y psicológicos; ella sabía, intuitivamente, que algo había sido llevado más allá de su límite. Ella esperaba un contragolpe. Tal sensibilidad, que mantiene un ojo en las constantes invisibles de la vida, está ausente en nuestra época. El desastre del Titanic llevó consigo el reconocimiento fallido de tales invisibles. La tragedia golpeó duro porque, en el identificarse con el Titanismo, se le dio la espalda a los Dioses, las Furias y las Moiras.
El Titanic tal vez pudo haber sido menos propenso al desastre siendo la atmósfera de la arrogancia confinada al barco mismo. Nosotros, después de todo, salimos con mucho de “volar en el rostro de Dios”. Sin embargo, la arrogancia del Titanic fue más allá de sí misma y jugó muy cuidadosamente en las manos de un zeitgeist cultural. El barco condenado ejemplificó perfectamente la excesivamente centrada fe tecnológica de una era entera. Él llevó muchos ejemplares ricos de una revolución cultural basada en las filosofías de la Ilustración, y, en el algunas veces mundo impersonal de la justicia arquetipal, estas elites industriales de alto vuelo fueron las primeros candidatos para un descenso correctivo. En ese tiempo, con declaraciones abundantes de la ciencia que estaba a punto de resolver todos los misterios, nada parecía atravesarse en el camino del progreso. Ninguna era previa había prescindido tan eficientemente de los lazos con la religión y la naturaleza. Pero, ya que el racionalismo estuvo desalojando los habitantes del alma, uno puede escuchar voces de dioses destituidos incitando al acto de venganza de Poseidón.
Desde entonces, hemos perdido mucho de la incertidumbre mecánica con la cual era visto en ese entonces el universo. Aun así no estamos muy lejos de la confianza subyaciente y fe en nuestros dispositivos. En el mirar atrás hacia estos eventos, nos damos cuenta que una arrogancia significativa sigue a flote en la cultura.
Percibido psicológicamente, el Titanic confronta nuestra arrogancia actual y desafía el ethos cultural occidental dominante de “donde hay voluntad hay camino”. Reconocer este tema es perturbador e inquietante. Esto implica ver, a través de nuestra fascinación con el desastre, nuestro estado de posesión arquetipal –nuestra identificación con los caminos del Titan. Esto supone un reconocimiento de nuestra participación en un sueño, un relato con su propia presencia autónoma. Esto promueve una sensación de este movimiento arquetipal, ubicándonos hoy, ahora, en el interior de la misma tragedia, conociendo el camino en el cual seguimos a bordo de un barco que se hunde. Este reconocimiento entiende que olvidar estas cosas es navegar hacia una corriente de catástrofes, provocando inconscientemente recreaciones de la tragedia Titánica. Una percepción psicológica del murmuro del Titanic obliga a un reconocimiento de nuestras raíces Titánicas, a un darse cuenta de dónde nuestras almas son agitadas por los asuntos y actitudes sin terminar de nuestros ancestros más cercanos. Nosotros debemos, de ese modo, retornar nuestro sueño Titánico al sueño del Titán. Luego, el agarre del gigante es sentido como un mito activo– un mito que mece nuestro deseo de surcar a través de la superficie del mundo y simultáneamente pone de relieve el llamado de las profundidades.
Entre el Abandono y el Vínculo: El problema con Prometeo
Aproximarse al impacto psicológico del Titanic por la vía del mito del Titán nos lleva a una narrativa mítica más específica. Ver hacia el entendimiento del relato Titánico y su complejidad arquetipal sugiere la presencia palpable de Prometeo; el Titanic lleva la imprenta del más celebrado Titán más que ningún otro. Prometeo trae los dones de la ingenuidad y la invención, roba el fuego de Zeus, es amarrado al Cáucaso y su hígado es comido en el día y regenerado en la noche, engaña en el ritual sacrificial, y es el patrón divino de la búsqueda humana más allá de los dioses. Este campeón de la libertad humana y creatividad merece ser reconocido por liberarnos de un tipo de esclavitud inconsciente de los dioses. Aun así, esta libertad tiene un costo.
Este rol fundacional del Titan en el predicamento cósmico de la humanidad es atestiguado por el subtítulo de la obra de Karl Kerenyi sobre Prometeo– “imagen arquetipal de la existencia humana.” Cargando un nombre que significa “previsión,” Prometeo está presente en cualquier diseño innovador que promueven las intenciones humanas. Él está por lo tanto envuelto en el ethos cultural dominante de los siglos 19 y 20– expansión de las consciencia, crecimiento de la industria, avance tecnológico. Prometeo provee el ímpetu para el descubrimiento científico y su aplicación en el mundo moderno y está casi siempre presente cuando estas innovaciones comienzan a exhibir un poder divino. Así, este particular Titán nos ha metido en un gran problema. Acogiendo este Titán estamos llamados a recordar el subtítulo de Frankestein: The Modern Prometheus de Mary Shelley y a localizar el monstruo que merodea en la sombra del resplandor de la Ilustración.
El problema con nuestra aceptación de los dones prometeicos y las libertades de la era ilustrada es que escindimos la parte más oscura de esta narrativa mítica, concretamente los resultados tortuosos de la innovación sin ataduras. Olvidamos que el abandono prometeico puede conducir a una encarnación del gigantismo, el cual suscita luego la correspondiente fijación– un encadenamiento a las leyes de Zeus. A través de esta asociación familiar, el comportamiento rebelde de los parientes de Prometeo perdura y entra al mundo envuelto en el atuendo del progreso. Cegado por la maravilla de sus dones creativos, este residuo de ancestralidad Titánica escapa fácilmente a nuestra percepción. Pero al perder la visión del Titán en Prometeo nos volvemos más propensos a los excesos de la hubris y sus resultados.
Semejante al hundimiento del inhundible y la trágica desaparición de figuras sociales reconocidas, el mito de Prometeo es uno de la enantiodromía, de la inversión, de la afirmación de los opuestos– la venganza de los dioses a quienes fallamos en reconocer cuando quedamos hechizados con nuestra astucia y poder. Aquí nos damos cuenta de cuan atados estamos a una psique arquetipal. Lo que zarpó con el Titanic en su viaje inaugural fueron los sueños prometeicos de una cultura que se deleitaba en una percibida emancipación de la “superstición” y en una reducción industrial sin precedentes de la naturaleza a un recurso. Fue a través de esta identificación mítica con un lado de la narrativa prometeica que un boleto en el Titanic se convirtió en una invitación para un revés catastrófico.
Hoy seguimos balanceados en el borde de una enantiodriomia prometeica. Y en tanto nos acercamos al siglo 21, pegados a la autopista de la información, a la tecnología en nuestra punta de los dedos, nuestra consciencia aún se identifica con esta visión de futuro prometeica mientras permanece en gran parte inconsciente de su fondo Titánico. Hay una parte de nuestra psique navegando inadvertidamente a través de aguas peligrosas, con una velocidad desenfrenada y una ‘tecno-fe’[3], centrada en el horizonte distante del Nuevo Mundo, y su espalda puesta al Viejo Mundo. Aún estamos en la cubierta del Titanic. Y en la parte de abajo del barco, Poseidón y Tártaro esperan. Irreverente de las profundidades con sus dioses y ancestros, esta tendencia Titánica nos acompaña hacia la posmodernidad.
Ser prometeico es entrar en un sistema familiar Titánico y estar situado en la interacción del abandono y el vínculo. Hacer señas a la sala de máquinas. Avanzar lento. Estas aguas necesitan una mirada más cercana.
Desprecio Prometeico y Sacrificio
Prometeo es, como Hermes, un comunicador, moviéndose entre los reinos divino y humano. Después de la guerra Titanes-Olímpicos, se las arregla para alinearse con Zeus. Atenea le enseña matemáticas, medicina, astronomía y arquitectura, antes de educar a la humanidad. Cuando Zeus se vuelve receloso del incremento en el poder humano, es Prometeo quien interviene en nombre de los mortales. Sin embargo, la relación se deshace cuando Prometeo engaña en un ritual sacrificial designado para estabilizar las relaciones dioses-humanos. A través de este acto de engaño, se ve su ascendencia Titánica. Zeus retiene consecuentemente el don del fuego, el cual Prometeo rápidamente roba. El guardián de la ingenuidad humana es castigado por su robo, eternamente (o casi) atado a una pared de acantilado donde una águila de Zeus picotea diariamente su hígado. El sacrificio despreciado pone estos eventos en movimiento.
Esta narrativa está imbuida con visiones de nuestra herencia Prometeica. Las tensiones humano - divino se recogen aquí alrededor de una limitación específica: Zeus tolera la innovación y el poder humano solo en un grado marginal. En el centro de esta tensión, entre idas y vueltas, se encuentra el ritual de sacrificio. El sacrificio –volver sagrado, rendirse a la presencia de un dios, degradarse uno mismo al esquema de las cosas– juega un rol crucial en todos los mitos al determinar el modo de las formas arquetipales que emergen para conocer al protagonista. El sacrificio exitoso ocasionar el reconocimiento de la divinidad y silencia los seres sombríos. El sacrificio fallado lleva a la tragedia. En una forma tal el sacrificio funciona como el conducto a los dioses por excelencia. Para Prometeo, el sacrificio falla, las divinidades no son reconocidas de manera apropiada, y tanto él como sus devotos humanos son llevados a una tragedia, la cual, por designio divino, tentará por siempre el alma del innovador.
Fallar en honrar a los dioses a través de un sacrificio que podría alivianar su desconfianza en el poder humano funda la segunda, más oscura mitad de la narrativa Prometeica. Este segundo movimiento constituye la sombra de nuestra preocupación por el diseño humano, y completa la base de la saga del Titanic. El ejercicio de la voluntad humana sólo podrá ser tolerado cuando sea acompañado de un reconocimiento sacrificial exitoso de los dioses. En la ausencia de tal gesto sacrificial, el sacrificio es extraído a un gran costo. El sacrificio es impuesto. Y por lo tanto debemos prestar atención: Gigantismo, Titanismo, hubris no sacrifican, pero sí invitan a una enantiodromia sacrificial, un revés que empuja todo el proyecto hacia abajo. El sacrificio es luego llevado a cabo sobre nosotros con una gran tragedia; Hidenburg, Challenger, Chernobyl como testigos.
En el fracaso de sacrificar, somos sacrificados.
De estos patrones míticos podemos extraer lo siguiente: En tanto las eras moderna-postmoderna se identifican con las hazañas prometeicas, tienen que mantener un ojo en sus raíces Titánicas. Aprender esta lección es, yo creo, la clave para una acogida exitosa de la era tecnológica. No tenemos que prescindir de la tecnología, pero sí tenemos que entender sus fundamentos arquetipales. Incluso en ese caso, no deberíamos esperar más que una ascensión marginal del Olimpo.
Afortunadamente el sacrificio fallido de Prometeo y la atadura a la pared del acantilado no es el fin de la historia. Dos temas a continuación nos entregan significados para negociar con el destino del Titán, que ofrecen un camino para mitigar la enantiodromia de la narrativa, y por ende abren un camino para la consciencia a través de nuestro sueño Titánico. Ambos temas conciernen a la restauración de la actitud sacrificial.
El mito nos dice que el castigo “eterno” de Prometeo es temporalmente mitigado cada noche cuando su hígado picado es restaurado. Esta cualidad curativa de la noche apunta a las posibilidades restauradoras de acoger lo oscuro, el inframundo de la sombra y el sueño, la contraparte de la brillante mirada enfocada de la consciencia racional. Tanto las cadenas como la noche, recuerdan el destino de los ancestros de Prometeo en la oscura prisión del Tártaro. Este motivo provee por lo tanto una metáfora para trabajar con temas inconscientes (como hemos venido haciendo) y para desarrollar una visión nocturna que perciba la profundidad. Otro motivo específica esta sugerencia por parte del mito. Prometeo es eventualmente desatado, liberado de nuevo por Zeus. Este Prometeo desatado es un Titán diferente. Su linaje ha sido golpeado, ablandado, roto en mil pedazos, y refigurada. Por lo tanto fortalecido por un sufrimiento sin fin y una profunda pena, el acepta usar su previsión para ayudar a Zeus. En esta medida el Titan regresa sus dones al Olimpo, sacrificando su propia voluntad a la de Zeus, prefigurando la restauración de una consciencia sacrificial que estamos llamados a acoger hoy. Karl Kerenyi escribe, “el desatado Prometeo… a partir de entonces usa una corona especial como signo de su subordinación al poder de Zeus. Como otro emblema carga un anillo de hierro, que se decía tenía una piedra para recordarle el peñasco en el que sufrió” (1951, 221-22). Estos motivos son una señal de la terminación de la narrativa de Prometeo. El Titán vuelve a servir a Zeus, cumpliendo con el castigo de la esclavitud, redimiendo su fracaso sacrificial, integrando la experiencia sanadora de la noche.
Tales imágenes de la restauración de Prometeo nos guían a través de nuestra identificación colectiva con esta figura mítica, prepara nuestro conocimiento de la sombra que él crea, y ofrece un camino para contemplar nuestro sueño Titánico. Reconociendo el castigo y el fracaso que viene con la narrativa, reunimos nuestras preocupaciones Prometeicas con sus elementos sombríos. Observando el contexto de la redención final de Prometeo, descubrimos la demanda cósmica de una actitud sacrificial. El titanismo, el cual encuentra su representación en el desastre del Titanic, habiendo entrado a la cultura a través del abandono Prometeico, es llevado de nuevo a sus antepasados y es psicológicamente fundado dentro de la narrativa mítica completa. La innovación, la invención y la libertad causan también la esclavitud; en medio reside una actitud sacrificial, perdida y recuperada, y una reverencia por lo que descansa más allá de nosotros en la oscuridad de lo profundo.
Pérdida de cautela en el mar
Las visiones de la psique colectiva provistas por estos temas míticos nos llevan hacia un replanteamiento del destino del Titanic. Si permanecemos fieles a los detalles, este desastre, ahora presente para nosotros como una imagen de irreflexivas hazañas modernas-postmodernas, puede ser atribuido a los oficiales del barco y la tripulación quienes fallaron en prestar atención a las advertencias sobre el iceberg. Piénsese en estas figuras como los hombres-referencia[4] del complejo cultural. De manera similar, el alcance del desastre puede ser rastreado hasta la arrogancia ciega de los diseñadores y propietarios del barco, y a la otra tripulación que, en un estado de negación, enviaron algunos de los botes salvavidas medio vacíos. Incluso luego de que era claro que el barco se hundiría, los oficiales y la tripulación continuaron actuando como si nada pasara. Significativos como puntos de reflexión, estos eventos amplían la metáfora de la sombra Prometeica y detallan el problema de una hubris sin revisar. Ellos también nos llevan de nuevo a un entendimiento de aquello que se guarda en contra de los peligros del Titanismo. Todos estaban involucrados con el Titanic pero, de haberse mantenido una cautela marítima, con un ojo entrenado en los poderes autónomos que van más allá del control, el desastre podría haber sido evitado. Tal cautela marítima es la materia elemental de la actitud sacrificial a la que me referí antes, en tanto hacer un sacrificio es estar sobrecogido, inquieto e inseguro, preparado siempre para alterar el curso.
La fe ciega en la innovación humana hizo que marineros de otro modo bien experimentados perdieran su mejor capacidad de juicio. La novedad, el poder, el tamaño, el espectáculo, la sofisticación, la elegancia, la maravilla de lo atractivo de todo esto clausuró todos los portales a sensibilidades menos estimulantes. En particular, tal vez la primera en irse fue la capacidad para intuir algo que faltaba, un sexto sentido de marinero– un resoplido, un cambio en la dirección del viento, un augurio– el tipo de capacidad que no eludió la madre de Eva Hart. Las maravillas de la ciencia y la tecnología, junto con sus métodos racionales tendieron a clausurar estos otros sentidos. Esto es en últimas irónico; los mejores descubrimientos científicos están raramente divorciados de una perspectiva traviesa, intuitiva. Muchos grandes avances en la ciencia llegan a través de saltos repentinos de intuición. Sin embargo, en tanto nuestra visión de mundo se vuelve más mecanicista y menos definida por realidades psíquicas, más determinista y menos sincronicista, perdemos el contacto con nuestras metodologías del alma. Sin estos caminos verticales con sus conexiones viscerales a la profundidad, cualquier cosa cruzando el mar de la vida se torna vulnerable. Hay mucho en juego cuando el navío es el Titanic en la naturaleza, cuando el Titanismo de la aventura Prometeica ensombrece todo lo demás.
Una cautela marítima recuperada prestaría atención a las leyes del mar. Psicológicamente, daría prioridad a los patrones de la psique. Míticamente, acogería la corona de Zeus y el anillo que le recuerda a uno el castigo y la esclavitud siempre que se entra al reino de Prometeo. Añadir verticalidad acompaña todos estos modos de percepción. Reduciendo la velocidad del gran barco, podríamos reflexionar, volviéndonos tanto al pasado como al futuro, al Viejo y el Nuevo Mundo. Haciendo esto, podríamos reconfigurar la familia arquetipal, recordando al hermano de Prometeo, Epimeteo, cuyo nombre significa “ocurrencia tardía”[5]. Podríamos observar y escuchar aquellos signos que son percibidos intuitivamente. Viajando hacia el futuro en noches sin luna requiere una visión bajo la luz de la luna, un tenue y periférico ojo sensible. Estas sensibilidades nos recuerdan otras presencias, y nos entregan oídos y ojos para lo invisible cuando estamos pasando a través de la calma, de aguas profundas. Así inicia una actitud sacrificial.
James Hersh nota que en el castigo de Prometeo este es situado “dentro de un patrón de movimiento. Su desenfrenada, continua creatividad (nuestra ciencia) es forzada a descansar, a ser ubicada dentro de un esquema, pero no es destruida. La actividad de Prometeo ha sido movida desde el flujo al ritmo” (1982, 156). La herida del Titán y el castigo son también una oportunidad para armonizarse con los dioses. El sufrimiento consciente es también una meditación sobre la esclavitud, una lección sobre cómo estamos atados a la realidad arquetipal. El volver a esta parte de la narrativa revela el valor de su elemento sombrío. Digerir la narrativa Prometeica completa es encontrar facultades para una negociación exitosa con la era tecnológica y para desarmar el gigantismo Titánico.
Estas ‘movidas’ en contra de la inflación Titánica tienen que ver con un volver a lo oscuro, comenzando involuntariamente a través de la venganza de los dioses, y luego dirigiéndose a una aceptación a través de la resistencia y el sacrificio. Conectada con tales temas, la desaparición del Titanic corrige el logos bañado por el sol de la visión tecnológica moderna y nos lleva hacia un menos definido, menos orientado, menos mecánico mundo del mythos. El Titán encadenado al Cáucaso o encerrado en el Tártaro es un contrapeso para la modernidad desenfrenada.
Esta consciencia hace posible otra lectura del relato del Titanic, a saber, que su descenso literal al fondo oscuro del mar ocurrió a través del fracaso de otros tipos de descenso. Y así, si seguimos a bordo del Titanic debido a nuestras vidas Prometeicas incompletas, si seguimos atrapados en la mitad de la narrativa, seguimos enfrentados con opciones de descenso. James Hillman subraya esta misma situación después notar lo mismo, “Estamos a bordo del Titanic.” Escribe:
¿Cuál es la acción correcta? ¿Qué haces mientras el barco se hunde? ¿Empezar a tocar la banda? ¿Ir a los botes salvavidas? Pero no hay otras costas. ¿Revisarlo con tu analista? ¿Hundirse como Lord Jim, con honor, coraje y decencia? ¿Al menos mantener las cosas limpias y ordenadas? O, tal vez, llevar a cabo los rituales de hundimiento. (1995, 36)
Hillman hace el diagnóstico cultural correcto, “La cólera de los inmortales en contra de hybris” (36), luego sugiere una solución que entra a las tenebrosas profundidades al final del viaje del Titanic. “¡Hágase la oscuridad!” (37). A través del rescate psicológico, el Titanic trae de vuelta un elemento crucial de la vida psicológica, específicamente, nuestra relación con lo oculto, con todos los fenómenos debajo-de-la-superficie, y prescribe un remedio para los marineros demasiado embelesados por el hechizo de la modernidad. ¿Cuál es el camino hacia abajo? Sólo el sacrifico a lo profundo mantiene la cultura a flote.
En la medida en que la perspectiva sobre el descenso pertenece al barco actual, hemos fracasado miserablemente. Aunque algunos sobrevivientes y familiares de las víctimas del desastre han protestado por la “profanación de la tumba” que el rescate de los restos del barco implica, pocos se atreven a pensar que el Titanic ha encontrado su lugar legítimo de descanso. En la poiesis del alma él se dirigió en la dirección correcta– hacia el inframundo. En contraste, la compulsión de traer piezas del barco y sus pertenencias a la superficie hablan de una visión faltante de la esclavitud Prometeica y de un impulso imperecedero de conquistar lo oscuro. La fantasía popular de levantar el Titanic y los esfuerzos realizados por recuperar sus partes reflejan el continuo crecimiento de una tecnología desatada la cual se afirma ella misma cada vez con mayor autonomía.
Al otro lado de tal logos técnico la forma mítica de los eventos alrededor del Titanic emerge. Para la mayoría de este siglo el Titanic evitó su rastreo. Ahora grandes pedazos de su casco no quieren salir a la superficie. Los tesoros esperados abiertos en la televisión resultaron ser menos reveladores de lo que se anticipaba. El rescate literal está frustrado. El rescate psicológico localiza fragmentos de un mito sostenido en su lugar por una narrativa Prometeica no reconocida. En esta historia, el Titanic pertenece al fondo del oceáno– cerca a sus ancestros. Este es su destino, una afinidad con los principios arquetipales. Y con mil quinientas vidas perdidas, este parentesco no es para ser tomado a la ligera. Aquí, en tanto el mito revela las vidas humanas atrapadas en un drama arquetipal más-largo-que-la-vida, la tragedia es devuelta a sus orígenes transpersonales.
Remembraza y Re-cuerdo
Si el drama arquetipal del desastre del Titanic permanece sin ser reconocido, si los eventos alrededor de su viaje no son recordados, entonces es inevitable que sus temas básicos encuentren una repetición más vívida en el siglo 21. El compromiso de la cultura con el Titanismo está lejos de terminar.
El relato insiste en que el Titanic se hundió mientras la banda tocaba, y los pasajeros restantes cantaban “Nearer My God to Thee.” Para una aventura que voló en el rostro de Dios, ¿qué podría ser más adecuado? Como el moribundo que desea volver a visitar pecados pasados, la canción espontánea acaba con el descuido arrogante hacia las divinidades. Más allá de ellos, quizás, estos pasajeros estuvieron cantando los últimos ritos para un gigante que se hundía. Fue la distancia del (los) dios(es) lo que provocó el desastre, y el movimiento cercano a los dioses en esta escena final, trágica, sacrificial. Acoger este mismo movimiento no solo concordaría con la perspectiva moribunda de los pasajeros del Titanic, también movería nuestra fijación en el proceso de la autopsia a la remembranza de un rito funerario. “Nearer my God to Thee” es la respuesta del alma a un evento que demostró la separación del esfuerzo humano y la integridad arquetipal. Las piezas del Titanic necesitan ser reunidas en el alma, no en el museo.
Referencias Bibliográficas
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(1997). Resink the Titanic. Spring. A Journal of Archetype and Culture. Vol. 62
Glen Slater
Western man has no need of more superiority over na¬ture, whether outside or inside. He has both in almost devilish perfection. What he lacks is conscious recognition of his inferiority to the nature around and within him. He must learn that he may not do exactly as he wills. If he does not learn this, his own nature will destroy him.
— C. G. Jung, CWS 535
The Grip of a Titan
Eva Hart and her mother survived. Eva's father went down with the ship.
Between Abandon and Binding: The Trouble with Prometheus
Approaching the psychological impact of the Titanic via the Titan myth leads us to a more specific mythic narrative. Seeing into the grip of the Titanic story and its archetypal complexity suggests the palpable presence of Prometheus; the Titanic carried the imprint of this most celebrated Titan more than any other. Prometheus brings the gifts of ingenuity and invention, steals fire from Zeus, is bound to Caucasus and has his liver eaten by day and restored at night, cheats in sacrificial ritual, and is the divine patron of the human reach beyond the gods. This champion of human freedom and creativity deserves to be celebrated for freeing us from a kind of unconscious slavery to the gods. Yet this freedom comes at a cost.